7. la eucaristía, luz y vida para las familias.doc
Colección “La Eucaristía, Luz y Vida del Nuevo Milenio”
7. LA EUCARISTÍA, LUZ Y VIDA PARA LAS FAMILIAS
Diseño: Creator, Agencia Católica de Publicidad. Ediciones Católica de Guadalajara, S.A. de C.V. Isla Flores 3344, Jardines de San José C.P. 45085, Tlaquepaque, Jal. Tel.: (0133) 3144-867273 Primera impresión: octubre 2002 ISBN 968-5611-00-9 Derechos de impresión: Arquidiócesis de Guadalajara, A.R. Impresión: Ediciones Católicas de Guadalajara, S.A. de C.V. Impreso en México.
SIGLAS PRESENTACIÓN 1. LA EUCARISTÍA, CONTEXTO SOCIAL Y BÍBLICO LA EUCARISTÍA, Y LA VIDA EN ORACIÓN DE LA FAMILIA LA EUCARISTÍA Y LA RECONCILIACIÓN EN EL MATRIMONIO LA EUCARISTÍA, CIMIENTO Y FUERZA DE LA FAMILIA LA FAMILIA Y LA EUCARISTÍA LA PARROQUIA COMO FAMILIA Y LA SOLIDARIEDAD PARA ORAR JUNTOS IV Plan Diocesano de Pastoral, Guadalajara 2001-2004 (Ediciones Católicas, Guadalajara, 2001).
Catecismo de la Iglesia Católica (11-X-1992).
PRESENTACIÓN
Tenemos el gusto de presentar este número de la colección «La Eucaristía, Luz y Vida del Nuevo Milenio», con el tema relativo a la familia. Para nadie es desconocido que hablar de la familia, es hablar de algo fundamental para la sociedad y para la Iglesia. «La cuestión de la familia es una cuestión social de primer orden. Si la familia va mal, la sociedad irá mal» (IV PDP, 114).
La familia tiene en la Eucaristía una fuente, siempre fresca, donde puede saciar su
sed de unidad, de alegría y de paz. El 48º Congreso Eucarístico Internacional es una oportunidad para propiciar el crecimiento de la familia como «Trinidad en la Tierra», como una comunidad de oración donde se aprenden el perdón y la reconciliación.
El Matrimonio se celebra de ordinario dentro de una Eucaristía, porque es en la
Santa Misa donde nace y se alimenta la vida del matrimonio, y después, de la familia. Por eso la Eucaristía es su fuente y raíz.
El encuentro personal y familiar con el Señor Jesús, conduce a la renovación en la
vida conyugal y familiar, acrecentando los vínculos de amor, cooperación y solidaridad entre muchas familias. Esto implica una actitud de apertura y disponibilidad a Jesucristo, por parte de las familias y de los padres y esposos. El encuentro con Jesucristo en la vida familiar, es camino para la conversión, en la medida en que todas las dificultades y adversidades por las que pasan la familia y la institución matrimonial, sean disueltas en la aceptación viva y permanente de la persona de Cristo.
El encuentro con Jesucristo vivo en la vida familiar, es una invitación a valorar,
desde las profundas raíces bíblicas, el designio prodigioso de Dios para con el hombre y la mujer, colocándoles en el corazón el sello definitivo de la familia. Es precisamente esta familia, la que, a partir de este encuentro personal con Cristo, será fecunda en humanismo y escuela de virtudes cristianas; además, fuente de vocaciones y santuario donde se defienda y promueva la vida.
Que el Señor Jesús nos envíe una vez más su Espíritu, para que hagamos efectivo el
plan de salvación que nos trajo de parte del Padre, y que María, nuestra Madre, interceda por todas las familias, llamadas a ser familias eucarísticas.
+ J. Trinidad González Rodríguez, Obispo Auxiliar de Guadalajara.
48º Congreso Eucarístico Internacional.
1. LA EUCARISTÍA. CONTEXTO SOCIAL Y BÍBLICO
La comida está tan íntimamente unida a la vida del ser humano, que de ella depende la existencia física y social. Es en la comida donde se estrechan los lazos de unidad, amor, servicio y alegría. Por eso, Jesús, al querer convivir con nosotros, nos ofrece una comida en la que nos alimenta con su propio Cuerpo y su propia Sangre. No se puede entender la Eucaristía, sin su dimensión de comida. No se puede entender la participación de un cristiano en la Mesa si no come el alimento que Cristo nos ofrece. Sería como ir a un banquete sin comer. 1.1. SIGNIFICADO DE LA COMIDA
Sin alimento, la vida no se sostiene. Cada alimento permite al hombre la experiencia
de sentir que su ser está ligado a otros seres. Nos alimentamos de otros seres, para mantener una cadena de vida. Y no solemos comer solos, sino en compañía, porque la comida hace más fuertes los lazos que nos unen. No sólo compartimos el alimento, también la vida. Por eso, en todas las culturas la comida humana va rodeada de ritos.
La comida es fuente de vida. Alimento y fuerza van unidos. El hombre asimila los
alimentos y los convierte en parte de sí mismo; los integra en su propia vida. De tal forma, depende de ellos para subsistir.
La comida es también fuente de unidad comunitaria; los comensales que comparten
la mesa quedan unidos. Así, comer con otros es un signo de solidaridad, amistad y comunicación. Son comensales y compañeros quienes comparten la misma mesa, el mismo pan.
Comer con otros, es algo más que satisfacer el hambre y adquirir los nutrientes
necesarios para reponer las fuerzas; es ambiente, conversación y comunicación. Basta recordar la hospitalidad de Abraham con tres comensales, que en Oriente han sido tomados como símbolo de la Trinidad divina.
Comer y beber es fundamental para nuestra vida, es indispensable para mantener
nuestro cuerpo, pues si no lo hacemos, morimos. La comida es lo que nos permite mantener la energía necesaria para que todo nuestro organismo funcione. También, comer y beber con otros es uno de los gestos humanos más nobles y cargados de significado. Es alimentarse, reparar fuerzas para el camino, pero hacerlo juntos, además de todo eso, a diferencia de los seres irracionales, es un gesto interpersonal.
Comer y beber juntos es, ante todo, un gesto de amistad y comunión; pensemos en
una familia en torno a la mesa o un matrimonio que invita a otro a cenar. ¿A quién invitamos a tomar un café o una copa de vino, o a cenar? A los amigos, a personas a quienes queremos manifestar nuestra acogida.
«Compañero» viene de con-pan: es quien come conmigo el pan. A veces, esta
invitación sirve de marco para sellar un pacto, para rubricar un tratado o una alianza.
1.2. LAS COMIDAS DE CRISTO CON SUS AMIGOS
Cristo comió muchas veces con sus discípulos y sus amigos. No quería excluir a
nadie de la salvación y la comunión con Dios. Compartir con otros la comida significaba
invitar a participar en el banquete del Reino. Todo culminaría con la Última Cena, comida de la nueva Pascua.
BUSQUEMOS: − Jesús inicia su ministerio comiendo con unos recién casados y los saca de un
− Jesús participa en un banquete en casa de Mateo, con los pecadores (Mt 9, 9-
− Jesús come con los pecadores (Mc 2, 15-17). − Jesús come con un fariseo y perdona a una pecadora pública (Lc 7, 36-50). − Jesús come con sus amigos en Betania (Jn 12, 1-11). − La multiplicación de los panes. Jesús no es invitado, sino que invita a comer
Nosotros aceptamos la invitación de quienes nos quieren, pero no de quien nos
critica o con quien rompimos relaciones. En cambio, Jesús viene a buscar a los pecadores, los despreciados y los enfermos. Y, en otras ocasiones, se reúne a solas con los Apóstoles, los lleva a un lugar apartado para estar a solas con ellos, y con ellos.
También después de resucitado, Jesús comió con sus Apóstoles, para fortalecer su
fe: en Emaús (Lc 24, 13-35), el Domingo de Resurrección (Mc 16, 14) y en Tiberíades (Jn 21, 9-14).
La Última Cena fue la más importante de las comidas de Jesús. Tiene un carácter
pascual, uno de despedida y otro de testamento. Ante la inminencia de su partida definitiva de esta vida, Jesús, como los Patriarcas, reúne a «sus hijos» para darles la bendición, destinada a todas las generaciones.
Por eso, la mandó preparar como se prepara una fiesta. En ella se da la reunión
fraterna, el calor familiar, la emoción de los grandes acontecimientos, el servicio y la entrega, el rito y el acontecimiento, la memoria y la anticipación.
2. LA EUCARISTÍA Y LA VIDA EN ORACIÓN DE LA FAMILIA
− La oración. Orar es elevar a Dios la mente –atención y emoción– y así,
entrar en comunicación afectiva con un Tú.
− La familia, que parte de la unión conyugal y tiene como fundamento la
unidad y la indisolubilidad del Matrimonio, está basada en las Sagradas Escrituras, en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia (cfr. Gén 2, 24: Mt 19, 4-6; Mc 10, 6; CEC 1601.
Esta unidad que existe en la pareja, se proyectará en la familia, y así, juntos o de
manera personal, sus miembros se comunicarán con Dios a través de la oración. De ello nos dio ejemplo el mismo Jesucristo, pues gustaba de orar con su Padre en las noches o de madrugada (cfr. Mt 14, 23; Lc 11, 1).
La oración nos fue legada por Cristo, al enseñar a sus Apóstoles el Padrenuestro
(cfr. Mt 6, 6-15), y ella nos debe acompañar siempre para llegar a Él.
El IV Plan Diocesano de Pastoral de la Arquidiócesis de Guadalajara nos invita a la
exigencia de la santidad y de la oración, como finalidad de toda programación pastoral; en particular, la oración litúrgica (Eucaristía), como forma del encuentro vivo con Dios, en Jesucristo y en su Espíritu.
Como ejemplo de una experiencia personal, conviene mencionar a los esposos Luis
y María Beltrame Quattrochi, ya elevados a los altares, quienes supieron realizar una existencia de espiritualidad extraordinariamente rica. En el centro de ésta estaba la Eucaristía diaria, a la que se añadía la devoción filial a la Virgen María, invocada con el Rosario recitado todas las noches, y la referencia a sabios consejos espirituales.
«Si el Señor no construye la casa, en vano se esfuerzan los albañiles» (Sal 127). La
Eucaristía es centro vital de la persona y de la comunidad cristiana, y por lo tanto, también de la familia y del matrimonio. No hay que olvidar que el Matrimonio sacramentado y la familia son fruto eucarístico, o de la Eucaristía, en cuanto que no puede haber verdadero matrimonio y familia cristianos sin Eucaristía, lo mismo que no puede haber verdadera Iglesia sin Eucaristía. Ésta, además de ser fuente del matrimonio, es la cima de la actividad y la vida, tanto matrimonial como familiar. La Eucaristía, en cuanto centro y cumbre, es sustento y renovación permanente de la alianza matrimonial.
La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el Sacrificio
eucarístico representa la alianza del amor de Cristo con la Iglesia, alianza sellada con sangre de Cristo en la Cruz. En este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza, los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, la que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto memorial del sacrificio del amor de Cristo por la Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad, la familia cristiana halla el fundamento y el alma de su comunión y su misión.
La Santa Misa es la gran cena de fiesta, a la que la Iglesia invita a los miembros de
todas las pequeñas «iglesias domésticas» que la componen, para celebrar unidas en una sola gran familia. Nunca lograremos una visión lo suficientemente amplia y profunda para comprender la Celebración Eucarística, llamada Misa. Es ella un verdadero misterio de fe; está en el centro de nuestro camino. Para el cristiano, para el matrimonio y para la familia, es la fuente de donde proviene su salvación. Por ella, cada día Jesús salva a la humanidad, a los matrimonios y familias que en ella participan de manera activa, consciente y fructuosa.
Cada vez que los esposos participan de la Santa Misa, fortalecen, en el manantial de
gracia que surge del Sacramento eucarístico, la propia alianza matrimonial, a la vez que descubren el signo del amor esponsal de Cristo por la Iglesia; misterio que –como hemos dicho ya– ellos mismos simbolizan en el amor sacramental que van tejiendo, momento a momento, en la vida de pareja.
2.1. LA ORACIÓN ABRE AL AMOR HACIA LOS HERMANOS
En realidad, el sacerdocio bautismal de los fieles, vivido en el Sacramento del
Matrimonio, constituye para los cónyuges y para la familia el fundamento de una vocación, mediante la cual su misma existencia cotidiana se transforma en «sacrificio espiritual aceptable a Dios por Jesucristo» (1Pe 2, 5). Las comunidades cristianas deben llegar a ser
auténticas «escuelas de oración», en las que el encuentro con Cristo no se exprese solamente mediante peticiones de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y vivencia de afecto hasta el «arrebato» del corazón. Es una oración intensa que, sin embargo, no aparta del compromiso en la historia, pues abriendo el corazón al amor de Dios, lo abrimos también al amor de los hermanos, y somos capaces de construir la historia según el designio de Dios.
2.2. LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS EN LA ORACIÓN
Los padres cristianos tienen el deber específico de educar a sus hijos en la plegaria,
de introducirlos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y del coloquio personal con Él; sobre todo en la familia cristiana, enriquecida con la gracia y los deberes del Sacramento del Matrimonio, importa que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer y a adorar a Dios, y a amar al prójimo según la fe recibida en el Bautismo.
La plegaria familiar tiene características propias. Es una oración hecha en común;
marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. La comunión en la plegaria es, a la vez, fruto y exigencia de esa comunión que deriva de los Sacramentos del Bautismo y del Matrimonio.
Elemento fundamental e insustituible de la educación en la oración, es el ejemplo
concreto, el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre y la madre, mientras ejercen su propio sacerdocio real, calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar.
Es significativo que, precisamente en la oración y mediante la oración, el hombre
descubra de manera sencilla y profunda su propia subjetividad típica. En la oración, el «yo» humano percibe más fácilmente la profundidad de su ser como persona, y esto es válido también para la familia, que no es solamente «la célula» fundamental de la sociedad, sino que tiene también una subjetividad propia, la cual encuentra su primera y fundamental confirmación precisamente cuando sus miembros invocan juntos: «Padre nuestro.»
La oración refuerza la solidez y la cohesión espiritual de la familia, ayudando a que
ella participe de la «fuerza» de Dios.
2.3. LA ORACIÓN EN FAMILIA Y LA ORACIÓN LITÚRGICA
Una finalidad importante de la plegaria en la «iglesia doméstica», es constituir, para
los hijos, la introducción natural a la oración litúrgica propia de toda la Iglesia. De aquí deriva la necesidad de una progresiva participación de todos los miembros de la familia cristiana en la Eucaristía, sobre todo los domingos y días festivos, así como en los otros Sacramentos, de modo particular en los de la iniciación cristiana.
La Liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo,
la fuente de donde mana toda su fuerza. Por tanto, es el lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de Dios. La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los Sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres.
3. LA EUCARISTÍA Y LA RECONCILIACIÓN EN EL MATRIMONIO 3.1. EL MATRIMONIO COMO SACRAMENTO
La unión de los esposos es elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de
Sacramento entre los bautizados. Los católicos deben tomar el Matrimonio con este gozo y esta seriedad (cfr. CEC, 1601).
Mediante el Sacramento del Matrimonio, la unión de los esposos –que afectará a
toda la familia– se vuelve sobrenatural, y tiene la fuerza necesaria para superar todas las dificultades que trae consigo este estado de vida; siempre y cuando se confíe en esta gracia y se la deje actuar, no poniendo obstáculos humanos a la acción de Dios, orando mucho y frecuentando los demás Sacramentos. Por eso, el Catecismo dice:
«Esta gracia propia del sacramento del matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia se ayudan mutuamente a santificarse en la vida matrimonial conyugal, y en la acogida y educación de los hijos» (CEC, 1641).
Como se puede ver, el matrimonio es algo muy importante para Dios, y no deja
solos a los esposos, pues Él los cuida y los acompaña en su recorrido; les da vida divina para que su amor humano se perfeccione con el amor divino: «El auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino» (cfr. CEC, 1639).
El matrimonio es un camino que empieza en la tierra y que conduce a la vida eterna,
a la eterna felicidad. Pero el camino no es marcado por los hombres, sino por Cristo, ya que Él es el verdadero Camino, y nadie va al Padre sino por Él.
3.2. CONFLICTOS Y RECONCILIACIÓN EN FAMILIA
La comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran
espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, la tolerancia, el perdón y la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones y los conflictos atacan con violencia, y a veces hieren mortalmente, a la propia comunión; de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar. Pero al mismo tiempo, cada familia está llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la reconciliación, esto es, de la comunión reconstruida, de la unidad nuevamente encontrada. En particular, la participación en el Sacramento de la Reconciliación y el banquete del único Cuerpo de Cristo, ofrecen a la familia cristiana la gracia y la responsabilidad de superar toda división y caminar hacia la plena verdad de la comunión querida por Dios, respondiendo así al vivísimo deseo del Señor: «Que todos sean una sola cosa» (Jn 17, 21).
3.3. SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y PAZ EN FAMILIA
El arrepentimiento y el perdón recíproco dentro de la familia cristiana, que tanta
importancia tienen en la vida cotidiana, hallan su momento sacramental específico en la Penitencia cristiana. Respecto de los cónyuges cristianos, escribió Pablo VI en la encíclica Humanae Vitae: «Si el pecado los sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el Sacramento de la Penitencia» (n. 25).
Hay que descubrir a Cristo como mysterium pietatis («misterio de piedad»), en el
que Dios nos muestra su corazón misericordioso y nos reconcilia plenamente consigo. Éste es el rostro de Cristo que conviene descubrir, también, mediante el Sacramento de la Penitencia, que, para un cristiano, es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves, cometidos después del Bautismo.
La celebración de este Sacramento adquiere un significado particular para la vida
familiar. En efecto, mientras los esposos descubren mediante la fe cómo el pecado contradice no sólo la alianza con Dios, sino también la alianza entre ellos y la comunión de la familia, los esposos y todos los miembros de la familia son alentados al encuentro con Dios, «rico en misericordia» (Ef 2, 4), el cual, infundiendo su amor –más fuerte que el pecado–, reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la comunión familiar.
Esta capacidad depende de la gracia divina del perdón y de la reconciliación, que
regala la energía espiritual para empezar siempre de nuevo. Precisamente por esto, los miembros de la familia necesitan encontrar a Cristo en la Iglesia a través del admirable Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación.
4. LA EUCARISTÍA, CIMIENTO Y FUERZA DE LA FAMILIA 4.1. RAÍZ Y FUERZA DE LA ALIANZA CONYUGAL
La Eucaristía dominical, congregando semanalmente a los cristianos que forman la
familia de Dios en torno a la mesa de la Palabra y el Pan de vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión; es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada de manera constante. Precisamente a través de la participación eucarística, «el día del Señor» se convierte también en «el día de la Iglesia».
El deber de santificación de la familia cristiana tiene su primera raíz en el Bautismo,
y su expresión máxima en la Eucaristía, a la que está íntimamente unido el matrimonio cristiano.
En el don eucarístico de la caridad, la familia cristiana halla el fundamento y el alma
de su «comunión» y de su «misión», ya que el Pan eucarístico hace de los diversos miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y participación de la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación en el Cuerpo «entregado» y en la Sangre «derramada» de Cristo, se hace fuente inagotable del dinamismo apostólico de la familia cristiana.
4.2. POTENCIA EDUCATIVA DE LA EUCARISTÍA
La Eucaristía es un Sacramento verdaderamente admirable. En él se ha quedado
Cristo mismo como alimento y bebida, como fuente de poder salvífico para nosotros; nos lo dejó, precisamente, para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia (cfr. Jn 10, 10): la vida que tiene Él y que nos ha transmitido con el don del Espíritu, resucitando al tercer día después de la muerte. Es para nosotros la vida que efectivamente procede de Él.
Cristo está cerca, y todavía más, Él es el Emmanuel, «Dios con nosotros», cuando
nos acercamos a la Mesa Eucarística. Puede suceder que, como en Emaús, se le reconozca solamente «en la fracción del pan» (cfr. Lc 24, 35). A veces, también Él está durante mucho tiempo ante la puerta y llama, esperando que la puerta se abra para entrar y cenar con nosotros (cfr. Ap 3, 20). Su Última Cena y sus palabras pronunciadas entonces, conservan toda la fuerza y la sabiduría del sacrificio de la cruz. No existe otra fuerza ni otra sabiduría por medio de las cuales podamos salvarnos y contribuir a salvar a los demás. No hay otra fuerza ni otra sabiduría mediante las cuales los padres puedan educar a sus hijos y a sí mismos. La fuerza educativa de la Eucaristía se ha consolidado a través de las generaciones y de los siglos.
5. LA FAMILIA Y LA EUCARISTÍA 5.1. LA EUCARISTÍA Y LA ACCIÓN DE GRACIAS
«La Eucaristía, Sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la Creación. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la Creación y en la humanidad» (CEC, 1359).
.Acción de gracias sobre todo por la familia, instituida por Dios para felicidad del
hombre. La expresión de Adán, su grito de júbilo, es el primer ejemplo de esta acción de gracias: «¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!» (Gén 2, 23).
Adán, quien tenía todo a su disposición, que era dueño y señor de animales y
plantas, además de contar con la presencia de Dios, sin embargo «se sentía solo». Dios, entonces, quiso hacerle el auxiliar correspondiente. De esta manera, Dios formó la familia.
«La acción de gracias, la hacemos cada uno de nosotros por el cónyuge, por la
bendición de los hijos, por los padres, por los parientes cercanos y lejanos; por toda la familia. Con la Eucaristía, la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos los beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación» (cfr. CEC, 1360).
La Eucaristía es la unidad con Dios. En estado de gracia, el Espíritu Santo inhabita
en las personas: «Quien come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y Yo en él» (Jn 6, 56).
Sólo mediante esta unión íntima con Cristo, somos capaces de dar fruto. Debemos
recordar que solos no seríamos capaces de nada; solamente en la comunión con Cristo somos capaces de todo: «Permaneced en mí y Yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo si no permanece en la vid, tampoco vosotros, si no pertenecéis en mí» (Jn 15, 4).
La Eucaristía es presencia real de Cristo. «La copa de bendición que bendecimos,
¿no es comunión con la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?» (1Co 10, 16). El fruto principal de la Eucaristía es la íntima unión con Cristo.
En el Matrimonio, al formar la familia, los esposos también se unen íntimamente, en
el más amplio aspecto del ser humano: el del espíritu encarnado que es cada persona. Esta unidad se da en varios aspectos:
− Unidad del esposo con la esposa. − Unidad de los esposos con los hijos. − Unidad de la familia con la familia. − Unidad de la familia con la comunidad.
El matrimonio, como Sacramento de servicio a la comunidad, se hace uno en la
comunión con los demás. Está llamado a dar fruto, tanto en el seno de la familia como entre todos los que están relacionados con ella. Los esposos están llamados a dar el mejor fruto y muy abundante, pues no están solos; cuentan o pueden contar con la presencia íntima de Cristo:
«La comunión con la carne de Cristo resucitado. vivificada por el Espíritu Santo y vivificante, conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo» (CEC, 1392).
En la Eucaristía, recordamos diariamente la alianza que Jesucristo ha hecho con su
Iglesia; es el sí que ha expresado y que no cambiará. Ahí, se pide perdón, se elevan oraciones, se escucha la Palabra de Dios; se ofrece cada quien a sí mismo. Hay diálogo, comunión y compromiso; hay alabanza, se reconocen los lazos familiares; hay misión (cfr. IV PDP, 127).
El matrimonio y la familia se presentan, así, como una acción de gracias, siempre
nueva cada día, en la que se cumplen todos los aspectos importantes de la Eucaristía. Ahí se recuerda a diario el sí que fue el inicio de su consentimiento; ahí se perdona, se elevan oraciones. Ahí, los esposos se deben ofrecer uno al otro cada día como don; en ella debe reinar el diálogo, debe haber comunión; se da un compromiso, se debe vivir en alabanza a Dios y aliento de superación entre ellos y con los hijos. Todo esto acrecienta los lazos familiares que forman personas maduras, dispuestas para la misión de hacer presente a Dios y su Reino (cfr. IV PDP, 128).
5.4. LA IMPORTANCIA DEL "DÍA DEL SEÑOR"
La familia cristiana ha de ser consciente de que su fuente principal de vida espiritual es la Eucaristía. Si su meta es la santidad, la Celebración Eucarística es el alimento, es el medio más eficaz para lograrlo. Se ha de privilegiar la Eucaristía dominical, el día de fiesta, el día en que, como familia de Dios, nos reunimos para participar de este Misterio Pascual de salvación a través de los ritos, signos y símbolos (cfr. IV PDP, 150).
Es urgente recuperar el domingo y valorar de manera adecuada la Celebración
Eucarística, en el día en que se celebra la Resurrección del Señor. El ritmo de la vida económica y social, lleva en nuestros días a una desfiguración paulatina del carácter sagrado de este día y, en consecuencia, a una disminución notable de la asistencia a la Santa Misa en los domingos y días festivos (IV PDP, 151).
Ciertamente, la Eucaristía dominical es un precepto que se debe cumplir no sólo por
ser mandato, sino por la necesidad que tenemos de Cristo. Para muchos cristianos, es casi el único momento de unión con Dios y con sus semejantes. Si se deja esto o se descuida, se pierde el único lazo de unión con la Iglesia.
«La Eucaristía dominical, congregando semanalmente a los cristianos como familia de Dios en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de Vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión. Es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente» (IV PDP, 152).
6. LA PARROQUIA COMO FAMILIA Y LA SOLIDARIDAD
¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre;
quien está condenado al analfabetismo; quien carece de la asistencia médica más elemental; quien no tiene techo dónde cobijarse? Esto ha de cuestionarnos. Hoy urge que, desde la familia, termine de una vez por todas esta separación entre fe y vida, entre culto y vivencia. Si celebramos en la Eucaristía al Dios de la vida, ésta ha de prolongarse en signos concretos, como la conversión que nos lleva a la comunión, y ésta, a su vez, ha de traducirse en caridad, entendida concretamente como solidaridad. Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia también en este nuevo siglo; pero si faltara la caridad, todo sería inútil. La caridad es verdaderamente el corazón de la Iglesia (cfr. IV PDP, 153).
«La parroquia es como una gran familia compuesta de familias más
pequeñas. Es la familia de Dios que se congrega en torno a la Eucaristía, y vive como una fraternidad animada por el Espíritu. Es una familia no cerrada en sí misma, sino injertada y abierta a la sociedad, e íntimamente integrada con sus aspiraciones y dificultades. La parroquia, ante todo, es una comunidad de personas, viva y dinámica, más que una estructura, un edificio o un territorio. Si la parroquia es "la Iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres", tiene la misión de
evangelizar, de celebrar la liturgia, de impulsar la formación humana» (IV PDP, 157). Si la parroquia es una familia, todos los miembros de esa comunidad deben estar
preocupados por las necesidades de todos. Los hijos de una misma familia son hermanos, por lo que la parroquia, como familia, debe atraer a todos sus hijos hacia el mismo regazo. La solidaridad inicia con una preocupación, efectiva y efectiva, por los más alejados espiritual y materialmente.
PARA ORAR JUNTOS
Señor Jesús, gracias por haberte quedado entre nosotros, así, de manera tan sencilla, en los signos del pan y el vino. Comemos tu Cuerpo, entregado por nosotros; bebemos tu Sangre, derramada por nosotros, porque deseamos que permanezcas, Señor, en nosotros, en nuestros hijos, en nuestra pequeña Iglesia doméstica. Ayúdanos a participar de la Cena Eucarística como el momento cumbre de nuestra vida, experimentando el contacto más cercano contigo, para que podamos vivir nuestro amor matrimonial y familiar eucarísticamente, como entrega generosa y permanente del uno para el otro. Amén.
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