Controversias en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes Mesa Redonda:
DEL ACTO A LA PALABRA. DISCURSOS SOBRE LA ACCIÓN EN EL
PSICOANÁLISIS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES
Clara London: En nombre de la revista Controversias online agradezco al Departamento de
Niñez y Adolescencia el espacio que nos ha brindado en esta jornada. Los participantes de esta Mesa Redonda son la Lic. Aída Dinerstein (Letra), el Dr. Juan
Gennaro (APdeBA) y la Dra. Ana Rozenbaum (APA), a los que les damos la palabra.
Aída Dinerstein
Hablar de niños es hablar de juego. Y hablar de psicoanálisis con niños es también
hablar de juego, pero, esta vez, desde un punto de vista específico y absolutamente singular, incomparable a cualquier abordaje del mismo que pudiera hacerse desde alguna disciplina (psicológica, pedagógica, pediátrica, sociológica, antropológica) o desde cualquier otra perspectiva.
Se notará que excluyo nombrar al psicoanálisis como una disciplina, entendiendo por
esto una determinada relación a la ciencia y a la técnica ya que, antes bien, lo considero una experiencia, una praxis de sujeto, más cercana al arte y tal vez a la poesía y, lo que es seguro, una práctica que tiene mucho de artesanal. (Cualquier parecido, en este caso gracias a la homofonía, con artesanar, no es mera coincidencia. Es la riqueza propia de la lengua, en esta oportunidad, la nuestra, la lengua castellana.)
Nada de evidencia, ni de ideas claras y distintas como le gustaría a un Descartes: La
teoría analítica no se constituye en un sistema, y lo que la recorre es del orden de la extrañeza. Espero que este término haga resonar en quienes me escuchan el de lo siniestro, una de las formas de la angustia, afecto central en la teoría, y no sólo como angustia de castración, aunque ésta ocupe un lugar de privilegio. Angustia que es también y por sobre todo guía en la práctica y ordenadora de la experiencia en tanto señala la vía del deseo y por tanto, la del objeto (en el sentido del objeto pulsional así como del objeto que, a fuerza de no tener forma de ser representable, nombramos con una letra, objeto a, causa del deseo).
Esta exclusión del psicoanálisis del campo de las disciplinas, esta dificultad, que es
obstáculo pero también posibilidad, me gustaría ilustrarla con un símil. En una escena de una película que vi hace unos días por televisión, un escritor se encuentra con la ocasión de tener que presentar ante un público a un amigo poeta y citando (no recuerdo a quien) dice, en alusión a la indudable condición de poeta de su amigo, lo siguiente: “no puedo definir qué es la poesía, pero cuando la escucho, la reconozco.”
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La gente no habla como es, antes bien, es como habla. Y si de niños se trata
podríamos sugerir que el niño es como juega. Los niños dicen lo que hacen, hablan con el juego. Es por eso que, para ellos, propongo traducir la famosa fórmula freudiana: “Wo Es war, soll Ich werden” como “Donde eso era…debe advenir el jugar.” Donde eso, el ello, el silencio de la pulsión, que es sexual, pero de muerte, era, debe advenir el jugar ya que en el jugar predomina lo sexual por sobre el silencio y un sujeto (efecto de la articulación significante) se constituye en alienación pero también separación respecto de un objeto que en soldadura con este sujeto lo pone en relación con algo que le es por completo heterogéneo: el cuerpo.
Me gustaría retomar algo muy conocido por todos nosotros: ese juego princeps que
conocemos como el fort-da, según los significantes que Freud recortara en la observación del juego de su pequeño nieto.
Pero me gustaría hacerlo proponiendo de ese juego una lectura diferente (siguiendo la
lectura que de él nos ofrece Lacan) a la que Freud nos propone.
“…he aprovechado una oportunidad que se me brindó para esclarecer el primer juego,
autocreado, de un varoncito de un año y medio. Fue más que una observación hecha de pasada, pues conviví durante algunas semanas con el niño y sus padres bajo el mismo techo, y pasó bastante tiempo hasta que esa acción enigmática y repetida de continuo me revelase su sentido.
“El desarrollo intelectual del niño en modo alguno era precoz; al año y medio,
pronunciaba apenas unas pocas palabras inteligibles y disponía, además, de varios sonidos significativos, comprendidos por quienes lo rodeaban. Pero tenía una buena relación con sus padres y con la única muchacha de servicio, y le elogiaban su carácter ‘juicioso’. No molestaba a sus padres durante la noche, obedecía escrupulosamente las prohibiciones de tocar determinados objetos y de ir a ciertos lugares, y, sobre todo, no lloraba cuando su madre lo abandonaba durante horas; esto último a pesar de que sentía gran ternura por ella, quien no solo lo había amamantado por sí misma, sino que lo había cuidado y criado sin ayuda ajena. Ahora bien, este buen niño exhibía el hábito, molesto en ocasiones, de arrojar lejos de sí, a un rincón o debajo de una cama, etc., todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, de modo que no solía ser tarea fácil juntar sus juguetes. Y al hacerlo profería, con expresión de interés y satisfacción, un fuerte y prolongado ‘o-o-o-o’, que, según el juicio coincidente de su madre y de este observador, no era una interjección, sino que significaba ‘fort’ (se fue). Al fin caí en la cuenta de que se trataba de un juego y que el niño no hacía otro uso de sus juguetes que el de jugar a que ‘se iban’. Un día hice la observación que corroboró mi punto de vista. El niño tenía un carretel de madera atado con un piolín. No se le ocurrió, por ejemplo, arrastrarlo tras sí por el piso para jugar al carrito, sino que con gran destreza arrojaba el carretel, al que sostenía por el piolín, tras la baranda de su cunita con mosquitero; el niño pronunciaba su significativo ‘o-o-o-o, y después, tirando del piolín, volvía
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a sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso ‘Da’ (acá está). Ese era, pues, el juego completo, el de desaparecer y volver. Las más de las veces sólo se había podido ver el primer acto, repetido por si solo incansablemente en calidad de juego, aunque el mayor placer, sin ninguna duda, correspondía al segundo.”
Cito también la nota a pie de página marcada en el texto con el número 6: “6. Esta
interpretación fue certificada plenamente después por otra observación. Un día que la madre había estado ausente muchas horas, fue saludada a su regreso con esta comunicación: ‘Bebé o-o-o-o’; primero esto resultó incomprensible, pero pronto se pudo comprobar que durante esa larga soledad el niño había encontrado un medio para hacerse desaparecer a sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestuario, que llegaba casi hasta el suelo, y luego le hurtó el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo ‘se fue’.” 1
Y sigue el texto: “La interpretación del juego resultó entonces obvia. Se entramaba
con el gran logro cultural del niño: su renuncia pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre.”
Fort-da y lo que se debe ligar: la partida de la madre. Y Freud, al relacionar el juego
con esta partida, lo plantea, al juego como “…esfuerzo (Drang) de procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de eso…”
La explicación que Freud nos ofrece acerca del sentido de este juego ubica lo
impresionante, el eso del que el niño intenta apoderarse en el hecho de que la madre se aleje, experiencia que, dolorosa y displacentera, el juego intentaría elaborar al repetir en forma activa lo vivido pasivamente. Esta transformación de pasividad en actividad implicaría trastocar la vivencia displacentera en el placer de satisfacer un impulso de venganza. Si bien correcta, la interpretación freudiana no agota lo que se juega en este juego ni toca el punto central.
Pensar que es la partida de la madre (¿no será más bien la madre partida?) lo que el
juego simboliza implica dos cosas: en primer lugar supone un sujeto con una estructuración yoica constituida que se vincularía libidinalmente con un objeto (la madre). Además implica la posibilidad para el niño de percibir esta ausencia de manera anterior e independientemente del juego.
Por el contrario, este juego nos parece constituir en sí mismo la apertura de esos dos
campos: en el trazado de este nuevo camino pulsional es un yo que se estructura a la vez que se aísla la ausencia como tal.
Dice Lacan al respecto: “…lo que se abandona no es el otro en tanto que figura en que
se proyecta el sujeto, sino ese carrete unido a él por un hilo que aguanta –donde se expresa lo que de él se desprende en esa prueba, la automutilación a partir de la cual el orden de la significancia se pondrá en perspectiva.”
1 El niño hace la experiencia así que ser no es lo mismo que ser visto.
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Siendo un nuevo trayecto pulsional es un trazado que repite un movimiento de corte
que, a una vez, inaugura un sujeto dividido, desgarrado entre su posibilidad de decir “Yo” (Yo te echo, yo no te necesito, yo quiero que te vayas) y aquello que, “…pequeña cosa del sujeto (…) se separa aunque todavía perteneciéndole.”
Fort-da es, a la vez, inscripción de la pareja primitiva de significantes así como, objeto
carrete mediante, organización primitiva de la realidad fantasmática. El objeto le causa, marca al sujeto niño en su división a la vez que se constituye en matriz, por serlo de todo su universo fantasmático, de lo único que dará respuesta a la pregunta sobre su ser. El niño será con su objeto.
¿Por qué sugerimos que se trataría más bien de la madre partida y no de la partida de
la madre? Porque no se trata de la presencia o ausencia reales de la misma sino de lo que éstas sugieren en lo que a su deseo, que la divide también a ella, interesa. La madre, al ausentarse, no sólo priva al niño de su presencia, sino que lo lanza a interrogarse sobre lo que ella desea, sugiriendo, con la falta de palabra, con la falta de presencia, que el dominio de su deseo, para el niño, será el de la incógnita.
El carretel, como objeto que da su vestimenta al que causaría el desfallecimiento del
sujeto (quizá el niño imaginando ser mirado por su madre que, al irse, mostraría que su mirada deseante se dirige hacia otro objeto o, tal vez, desprendimiento que, como don, permite imaginar una respuesta a la demanda del Otro) es punto de articulación entre el deseo de la madre como deseo del Otro, el objeto a, primera identificación del sujeto y los i(a), objetos de la relación yoica imaginaria, a la vez que se articula -Ideal del Yo- con el acceso a la palabra.
Antes bien que el juego en su aspecto instrumental, expresión de sentidos que
ubicarían su despliegue en la dimensión cristalizada del signo es esta dimensión originaria la que deberá subrayarse en todo análisis.
No hay, para aquél que nace en un mundo de lenguaje y que tiene un cuerpo marcado
por éste, nada que pueda pensarse del orden de la pura acción motora.
Analizar depende del acto del psicoanalista. Y es deber ético del psicoanalista que
trabaja con niños darle estatuto de juego a lo que se despliega en su consultorio. Repetir el gesto de Freud.
Sólo así se producirá el clivaje necesario que posibilite que no sea el niño todo con su
cuerpo el que quede coagulado en una identificación al objeto, entregado a un imaginado goce del Otro.
Si el analista logra inventar una escena de juego aun con ese niño que entra al
consultorio y se arroja sobre los sillones como si fuera un torpedo, o esa niña que pasa sesión tras sesión acurrucada en una silla en posición fetal, estará posibilitando que el objeto, condensado en lo real del cuerpo, entre en una cadena de desplazamientos metonímicos ya
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sea sobre personajes, ya sea sobre alguno de los objetos que el analista ofrece para soportar el jugar.
Repetición no es lo mismo que reproducción. La repetición, si no es vana, siempre
arroja algo nuevo y eso solo ya implica quita de goce. El analista, en su atención flotante, deberá estar muy atento a los detalles, por pequeños que éstos sean, que indiquen que una diferencia ha advenido. aidadiner@gmail.com
Bibliografía:
Freud, S. (1919-1920): “Más allá del principio del placer”, OC, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, Vol. XVIII. Lacan, J. (1964): Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Barral, Barcelona, 1977. Resumen
La autora, a través del análisis del fort-da, plantea que el carretel es punto de
articulación entre el deseo de la madre (deseo del Otro), el objeto a y los objetos de la realidad yoica imaginaria del niño, a la vez que se articula con el acceso a la palabra. En el mundo del lenguaje no existe la pura acción motora. Analizar es un acto del psicoanalista l l al dar estatuto de juego a lo que se despliega en su consultorio: posibilita que la acción entre en una cadena de desplazamientos metonímicos. Palabras clave: jugar, elaboración, realidad fantasmática, dominio pulsional, presencia del analista. Ana Rozenbaum
Será a partir de algunas pinceladas clínicas, que nos interrogaremos acerca de la
temática de esta mesa.
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Martín, de 15 años llega a la consulta después de un intento de "violación" a su hermano
(5 años). Sus primeras palabras: “Me siento mal, no tengo ganas de hacer nada. Vivo con mi madre, no me llevo mal, pero ella está muy sola; con mi viejo me llevo bien, pero ahora nos vemos poco, por lo que pasó…, antes iba a la casa que tienen en el country, pero ahora ya no voy más, porque no quieren que vaya…, bueno…, por lo que pasó…, bueno…, no sé que más decirte…” “¿Querés que te cuente dónde vivo? Yo vivo en Flores, ¿conocés?”
“Te voy a explicar como es Flores. Está la parte más linda donde yo vivo y es la que casi todos conocen. Pero no todo es así, está también el Bajo Flores, es una zona más pobre, y hasta un poco peligrosa, aunque no tanto; yo fui algunas veces. ¡Pero no sabés!, eso no es nada comparado con que más allá hay otra zona, la Ciudad Oculta. Ahí sí que no fui nunca ni creo que me animaría jamás, dicen que es terrible, que ahí sí que pasa de todo”.
Demás está decir, que este misterioso y enigmático trozo de discurso acerca de las zonas
de Flores, enunciado en ocasión de nuestro primer encuentro, y formulado justamente en el tiempo de su florecer sexual, suscitó una serie de interrogantes y conjeturas inquietantes. ¿A qué aludían las tres zonas de Flores? ¿Podrían ser transitadas en el proceso analítico?
Y además: ¿Qué había más allá…, en la “Ciudad Oculta”?
Martín era el único hijo de una pareja que se separó cuando él tenía dos años. Su padre
se volvió a casar y de este segundo matrimonio nacería su hermano.
La madre, varios años mayor que el padre, opuso una feroz resistencia a la separación,
desencadenando incluso escenas de extrema violencia: “Yo no me podía resignar a perder lo que era mío”.
Aún ahora no se resignaba, se consideraba traicionada y llevaba desde entonces una
vida solitaria. Solía decir: "Yo ya me casé una vez, y así me fue, ahora no quiero saber más nada con los hombres".
Lo que aparentemente enuncia el discurso materno como metáfora, - "No quiero saber más nada con los hombres"-, puede ser escuchado por el niño como una acusación o incluso como una amenaza, aún cuando no sería justo atribuirle a una frase, un poder que no deje alternativa. Todo lo que puede decirse es que indica un cierto régimen deseante familiar que ubica a un sujeto en un lugar, donde podrá o no perpetuarse. Develamiento de un secreto:
Sobre el final de las entrevistas preliminares, sorpresivamente, el padre incluyó una
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Recordó que cuando él tenía alrededor de quince años, había sorprendido a su madre, en
el altillo de su casa, en compañía de Estercita, una persona de la servidumbre que convivía con ellos desde hacia muchos años; las dos mujeres estaban en la cama, desnudas, en actitud francamente sexual. Denunciado el episodio sintió desilusión, ya que su padre no pareció impresionarse, ni había tomado ninguna medida: "Todo seguía igual", y por eso, dos años después se fue de la casa, con la certeza de que era hijo de una madre homosexual, y la convicción de que su padre lo sabía y lo toleraba, ignorando las razones para ello. - Nunca había hablado de esto con nadie-.
Puede suceder que en ese tiempo de la demanda, cuando ya se ha creado una atmósfera
de confianza, los padres imprevistamente incluyan alguna revelación impactante.
Se trataba de la evocación de un hecho concerniente a un pasado conflictivo del que
nunca se hacía mención, pero que no por ello había sido eliminado; referido a un orden de acontecimientos destinados al rechazo, en tanto proyectaban un efecto intranquilizador sobre las seguridades del mundo habitual, y que daba cuenta de que el pasado seguía allí, lejano y próximo, acechando el presente desde antaño.
La revelación suele iniciarse como confidencia, pero incluye un mensaje que apunta a
buscar un soporte. Se trata de un testimonio que tiene un destinatario privilegiado, ya que hace pie firme en la situación analítica impactando y estimulando al analista. Estructuración de la identidad y transmisión generacional:
¿Cómo lograría este joven en vías de estructurar su identidad, enfrentarse a la diferencia
de sexos, y asumir su lugar en el árbol genealógico?
Hijo de una mujer impregnada de resentimiento, que insistía obstinadamente en declarar
no querer saber más nada con los hombres, porque le habían hecho mal. Es decir, sus enunciados identificatorios, ese préstamo necesario y estructurante que inaugura el ser, no ofrecían una versión suficientemente sensata.
Hijo de un hombre en el que la referencia al linaje era un fardo pesado de cargar.
Recordemos la escena del altillo. “Me fui de la casa”. Del mismo modo, Martín sería separado de la casa a continuación del incidente, al ser considerado potencialmente peligroso. Un padre incapaz de asumir una posición identificatoria susceptible de sostener un sistema de parentesco no sometido a lo arbitrario, incapaz de proteger al hijo de la tentación homosexual, y de reducir el impacto de una problemática materna alienante.
Ahora bien: ¿Que sabía Martín de estos antepasados? Tan sólo que su abuelo había
muerto y que poco después la abuela se había ido del país. "No se, nunca hablamos de eso".
Historias que se superponen y se cruzan a los 15 años. La del padre, la que remita a una
madre que se revelaría homosexual, la del hijo, la que subyace como telón de fondo del acto hacia su hermano.
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Ante la incertidumbre de su identidad (sexual), solía preguntarse a gritos en sesión "¿Por qué, por qué lo hice? ¡Te juro que me gustan las pibas!, yo no soy “puto”, ¡ese no soy yo!, y lo peor es que esto no se lo puedo contar a nadie” El escenario de las identificaciones en la constitución subjetiva:
El padre, mediante su confidencia, había hecho emerger algo silenciado del pasado, que
tal vez podría dar cuenta de un hecho del presente confiriendo sentido a ese enigmático trozo de discurso formulado por Martín en su primera entrevista: “Más allá…, la Ciudad Oculta”
¿Acaso en esa misteriosa y peligrosa “Ciudad Oculta”, habitaba y acechaba el fantasma
¿Podemos verdaderamente equiparar la subjetividad de este joven con la de una
Porque desde este punto de vista, el síntoma-acto de Martín, podía ser expresión de
un sufrimiento que partía del padre, repetición de una insuficiencia de elaboración nacida en las generaciones precedentes, además de resultante de una formación de compromiso intrapsíquico.
Ya Winnicott en un artículo póstumo, “El miedo al derrumbe” (1963) había escrito
“algo que no ha sido aún experimentado por el sujeto ha tenido ya lugar en el pasado”. La diferencia con la cita winnicottiana evocada, reside en el hecho, de que “lo que ya ha tenido lugar” ocurrió en el “pasado de un antepasado” y, por lo tanto, se constituye como negatividad, -ausencia de contenido-, más que percepción de contenido traumático. De tal modo un sujeto puede desarrollar síntomas aparentemente desprovistos de sentido, percibiendo en sí mismo, sensaciones, emociones, o potencialidades de accionar que parecen “bizarras”.
Pero aún así, se hacía necesario resistir la tentación de suponer que la escena del altillo
protagonizada por la abuela, sin importar cual fuera la pregnancia de fascinación traumática que adquiría en el relato del padre, fuera la causa última del intento de violación hacia su hermano. Ya que su acto podía estar también al servicio de castigar a un padre, abandonante de su madre y de él mismo, en la persona de su hijo menor, quien constituía al mismo tiempo un rival importante para él. Asimismo, podría haber actuado identificado con una madre rabiosa, una mujer deseosa de perjudicar a su ex esposo por haberla descartado, infligiéndole un daño al hijo que tuvo con otra mujer.
Parece saludable entonces, resistir el impulso de suponer que lo relatado por el padre
fuera la causa última del acto en el que este joven no se reconocía. En todo caso, lo que si podemos, es considerar circunstancias de posibilidad, pero sin descartar el movimiento de apropiación subjetivante de la historia, que no siempre se impone como una historia ajena. Ya que también es el niño el que construye ese mundo que habita, que no sólo es reproducción, sino creación permanente, -si todo va bien, como gustaba decir Winnicott-.
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Múltiple determinación en los complejos movimientos que llevan a la construcción de todo acto o síntoma, juego dialéctico entre lo intrasubjetivo y lo intersubjetivo; también sucesos como el relatado suelen ocurrir con relativa frecuencia en la adolescencia.
Interrogantes que tan sólo podrían ser develados cuando ya Martín, transitando el
proceso analítico, y transferencia mediante, emprendiera el recorrido de sus zonas internas de “flores”.
Itinerario que Martín emprendería a través del relato de sus fantasías y de sus sueños,
los cuales, por su propia iniciativa, eran traídos por escrito la mayoría de las veces. Y si bien es verdad que daban cuenta al inicio de su análisis, de su dificultad de verbalizar “lo que pasó”, expresaban al mismo tiempo su imperiosa necesidad de comunicarlo, buscando alivio frente a una pregunta imposible de evitar, pues su desafío concernía a su identidad.
De modo que este material pudo ser aprovechado como vía de acceso para acercarse
a su inconsciente, pero también como recurso regio para él mismo, porque le permitió la ampliación de su mundo interior.
Podríamos entonces terminar estas líneas diciendo que su “acto de escritura”, funcionó
así, cual espacio transicional entre el “acto impulsivo” y el discurso hablado. anarozenbaum@gmail.com Resumen
A través de la presentación de un caso de abuso sexual, la autora plantea la transmisión transgeneracional de una operación de negatividad: la tentación homosexual de la cual el padre no puede proteger al hijo. Propone también el acto de escritura como un espacio transicional entre el acto impulsivo y el discurso hablado. Palabras clave: espacio transicional, escritura, acto impulsivo, subjetivación. Del acto a la palabra. La acción del juego o el juego en acción en el psicoanálisis de niños.
Juan J. Gennaro Controversias en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes
El punto de partida del psicoanálisis estuvo enmarcado por los actos y ademanes
grandilocuentes de las pacientes histéricas que atendía el profesor Charcot en La Salpetrière, asi como los gestos no menos grandilocuentes de los primeros intentos de los terapeutas, incluidos los del propio Freud, para ayudarlas. A pesar de ello, o tal vez como consecuencia de esto, la puerta del descubrimiento del inconsciente quedó entreabierta como también los rudimentos del instrumento esencial del dispositivo analítico: una escucha peculiar, sesgada, dirigida a tomar en cuenta los contenidos manifiestos pero también y muy particularmente los aspectos latentes ocultos o deformados. El síntoma aparecía entonces como una construcción alternativa al acto satisfactorio, solución de compromiso entre solicitaciones inconscientes poderosas enfrentadas a una censura igualmente potente. El dispositivo técnico que permitiría la investigación del inconsciente y el tratamiento de las afecciones neuróticas fue elaborándose gradualmente y su puesta en práctica permitió el desarrollo de un montaje teórico siempre provisorio y en constante evolución ; las actitudes extravagantes y los grandes gestos, tanto del paciente como de su terapeuta fueron progresivamente eliminados cediendo lugar a la solicitación de la palabra libremente expresada y a una escucha silenciosa por parte del analista en atención « flotante ». El polo motor del aparato psíquico fue de esta manera inhibido en beneficio de la investidura de los contenidos psíquicos tanto del mundo interno del paciente como del analista. El psicoanálisis fue desarrollándose en su teoría y en su clínica a partir de estas premisas y poco a poco fue extendiendo su interés y sus conocimientos a nuevas patologías.
El abordaje de las psicosis y el psicoanálisis de niños crearon nuevas exigencias
técnicas que obligaron a adaptar el dispositivo analítico y crear nuevas formas de trabajo. M. Klein, precursora en el trabajo analítico con los pequeños, introduce el juego y la interpretación de los contenidos simbólicos proyectados en el mismo, en el tratamiento de los jóvenes pacientes.
Ya no es posible mantener la inmovilidad silenciosa característica de los tratamientos
clásicos o « cura tipo ». Podríamos decir que la motricidad y el cuerpo que habían sido invitados a salir del setting analítico por la puerta regresaban por la ventana.
Los niños dibujan, juegan y crean un nuevo espacio a mitad de camino entre su
mundo interno y la realidad exterior ; al hacerlo tienden un puente entre su orilla psíquica y la nuestra, dándonos la posibilidad de atravesarlo; tiran de los faldones de nuestra chaqueta para invitarnos a entrar en el universo mágico de un viaje imaginario en el que ellos son y deben ser, los guías ; nos tienden la mano y al acompañarlos debemos despojarnos de nuestras certezas teóricas, nuestros preconceptos y prejuicios, asumir con humildad la difícil tarea de aceptar no entender, no saber (la « capacidad negativa » de la que hablaba Bion citando a John Keats); disponernos a participar del juego propuesto poniendo a disposición de nuestros jóvenes pacientes nuestro aparato psíquico « sin historia y sin deseo » como lo sugería Bion, en nuestra actividad continente de « rêverie ». Como parte de esta última,
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debemos aceptar asimismo recibir, incorporar y elaborar el impacto psíquico de los afectos movilizados y proyectados en el espacio de juego con el compromiso de « sobrevivir » como nos lo enseñaba Winnicott, para luego, a veces de manera inesperada y sorpresiva, experimentar la emergencia de recuerdos, asociaciones y afectos en nuestro interior que nos permitirán « pensar » la experiencia vivida y poner en juego las palabras que puedan « traducir » y ayudarnos a pensar juntos y compartir lo que estamos viviendo en las sesiones. Lo cierto es que muchas veces, sobre todo cuando nos enfrentamos a patologías severas, (aunque no solamente), nos ponemos en contacto con nuestros propios núcleos arcaicos, asomándonos a nuestras propias regiones de abismo sin límite y de angustia sin palabras, en las fronteras de lo representable. Son momentos de inflexión en el análisis, angustiosos, en los que predomina un sentimiento contratransferencial de incertidumbre y confusión. Son trayectos en el tratamiento en los que podemos vivir sensaciones de disolución de nuestra capacidad de pensar, de « congelamiento » de nuestro psiquismo, a veces teñidos con sentimientos de hastío, de fastidio o de inutilidad. Si aceptamos acompañar a nuestros pacientes en estos territorios inquietantes podemos asimismo utilizar el espacio del « como si » del juego para articular espacios y fragmentos de sentido, estructurantes de nuestra propia capacidad de pensar. Al mismo tiempo, al hacerlo establecemos « puentes » transferenciales, « injertos de transferencia » como los llamaba G. Pankow, que nos permiten, en el aquí y ahora de la sesión, vivenciar y poner en palabras los contenidos proyectados.
Si en lugar de aceptar estos penosos sentimientos en nuestro receptáculo interior
descubriendo que contienen « claves » y « puentes » que pueden servirnos de guía en la comprensión de nuestros pequeños pacientes, los rechazamos, intentando huir de las regiones que en nosotros mismos nos angustian; podemos refugiarnos en nuestros « bastiones » interiores ciegos y sordos a la escena que se desarrolla en lo latente del espacio de trabajo analítico, preguntándonos en ese momento, con cierta carga de « urgencia » y sobre todo de desesperanza « ¿qué hacer ? ». La respuesta puede abarcar todo un abanico de movimientos defensivos, actos y actuaciones del analista que operan como la negativación de su escucha y su capacidad « continente », pero desarrollarlo nos llevaría a transgredir los severos límites del tiempo que nos ha sido destinado.
Trataré a continuación de relatar una situación clínica que puede ilustrar lo dicho hasta
C. es un niño de 5 años, hijo único, que es traído a mi consulta por sus padres y su
abuela materna por problemas de comportamiento alimentario: C. rechaza totalmente todo alimento sólido y no acepta más que papillas y leche. Sus padres, separados desde hace dos años, me narran ciertos problemas de comportamiento y de integración al grupo escolar pero no atribuyen mayor importancia a este hecho. C. ha tenido problemas de salud desde su nacimiento, un reflujo gástrico doloroso tratado exitosamente con medicación específica,
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patología que los padres consideran la causa de los problemas actuales de C., que sufre además de una miopía importante y un estrabismo convergente. Presenta además una enuresis nocturna y episódicamente también diurna.
El nacimiento de C. coincidió con la muerte del hermano de la madre, probablemente
psicótico, en condiciones de indigencia y degradación física y mental. La madre de C. cae en una depresión profunda en ese momento de la que se repondrá al cabo de un año de tratamiento.
Los padres de C. tienen una actividad laboral intensa, por lo que el niño pasa la mayor
parte de su tiempo extra escolar con su abuela materna que parece omnipresente en el universo familiar. Los padres me comunican que esta última desea verme y como se encuentra en la sala de espera accedo a recibirla sola. Se trata de una mujer de cierta edad, obesa, con una asimetría facial marcada y una dificultad motora importante en un hemicuerpo que provoca una marcha claudicante y difícil. Hay un tono perentorio en su manera de expresarse y me aclara que en realidad es ella la que tiene la responsabilidad de educar a C. y que los padres no están suficientemente capacitados para hacerse cargo del niño. Agrega que ella no sigue las consignas de los padres en lo que respecta a la alimentación, « pobrecito lo van a matar de hambre, si usted supiera con que gusto toma el biberón que le doy cada día », dice, en un tono de tácita complicidad, como sobrentendiendo mi aprobación. Agrega, ante mi silencio, que los padres ignoran este proceder y más tarde comenta que ella ha decidido poner pañales a C. cuando duerme en su casa: « él se siente más cómodo así ».
Acuerdo con los padres del paciente verlo tres veces por semana. En la primera entrevista me encuentro frente a un niño delgado y pálido; un enorme
par de anteojos le cubre parcialmente la cara, y me transmite una sensación global de desamparo y fragilidad. Parece cargado de ansiedad, tenso y movedizo. Habla casi a los gritos con un tono impostado como « haciéndose el grande », articula correctamente las palabras pero su discurso tiene algo de artificial y extravagante. Utiliza términos sofisticados y conjuga los verbos en tiempos inhabituales en el francés de habla corriente (pasado simple y subjuntivo). Su comportamiento es explosivo, mezclado con frases discordantes y deshilvanadas. Habla de monstruos y brujas peligrosos de los que debe defenderse y combatir, también de temibles piratas y en medio de mi desconcierto me surge la imagen de Peter Pan en su isla de « nunca jamás ». Cuando le sugiero utilizar los elementos de la caja de juegos, los mira pero no quiere tocarlos y también rechaza las hojas y los lápices y se niega a dibujar. Me doy cuenta que dichas hojas y lápices se encuentran en un extremo de mi consultorio en forma de L y que algo atemoriza a C. Le digo que siento que algo le da miedo en ese lugar y le impide buscar los lápices y las hojas. Me dice que allí se esconden los monstruos y las brujas, señalando ese rincón del consultorio.
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Me siento perdido en ese mundo incoherente y fragmentado; por momentos pienso
que no sé qué hacer y que tal vez C. me tema como si yo fuera un monstruo o que yo mismo me siento aterrorizado frente a un monstruo que me asusta. Le digo que tiene temor a que surjan cosas peligrosas que puedan hacernos daño a los dos y que se pregunta si esta seguro conmigo y que yo pueda protegerlo y ayudarlo a combatir esos monstruos que le dan miedo. Voy a buscar los elementos de dibujo y los coloco a su lado ; de pronto en un impulso que me sorprende, toma una hoja y traza un garabato atacándolo al mismo tiempo con la punta del lápiz y exclamando con grandes voces « monstruos !! », « bruja !! », « no quiero saber nada con eso !!! », « voy a matarlos !! », (Figuras 1 y 2). En las sucesivas sesiones intervengo en sus « garabatos » tratando de crear ideogramas que den elementos de sentido que puedan ser utilizados para pensar lo irrepresentable, pero sobre todo trato de crear un espacio intermediario de contacto en el que nos sea posible jugar juntos, (Figuras 3 y 4).
Así transcurren varios meses en los que se suceden momentos de relativo
« contacto », siempre fugaz e impreciso, con momentos de desconcierto en los que me siento perdido y me ocurre de pensar a veces en el personaje de Umberto Eco, Giambattista Bodoni, emergiendo gradualmente del estado de confusión y extravío en que lo ha sumido una crisis cerebral y que él equipara a una espesa niebla: « Una nebbia spessa, opaca, che avviluppava i rumori, e faceva sorgere fantasmi senza forma… »2, y que me parecía relacionarse con el ataque violento al vínculo y la proyección de los fragmentos de partes del paciente pulverizados (to splitting up), y que sentía invadirme por identificación proyectiva aniquilando mi capacidad de pensar. Es en esos momentos cargados de desasosiego y angustia que surge en el analista la « urgencia » de encontrar « salidas » en un « qué hacer? », que abre el paso a los actos defensivos y las contra-actitudes, que destruyen en él la capacidad continente y de rêverie. El aceptar no entender y dejarse habitar por las proyecciones cargadas de odio del paciente, sobreviviendo a las mismas (Winnicott), permite por un lado la metabolización de esa fragmentación destructiva recuperando la capacidad de pensar (alfa) ligándolos en fragmentos de sentido que pueden reintegrarse en el espacio de juego (actos significantes) y por el otro poder funcionar como barrera de para-excitación, borde protector al desbordamiento explosivo del yo del paciente (Kestemberg).
En un determinado momento C. propone un juego, debemos jugar a las escondidas y
al hacerlo debo ocultarme en un extremo de mi consultorio que corresponde al « rincón de los monstruos ». Así lo hago, dejándome guiar por mi pequeño paciente, y al cabo de la ritual cuenta hasta diez, C. comienza a proferir insultos a grandes voces contra los monstruos y las brujas. Decido emerger de mi escondite haciendo muecas (que yo pienso graciosas), y diciendo – « soy un mostruo ». C. se inmoviliza, paralizado, su expresión se transforma y veo surgir frente mío a un pequeño niño desvalido y profundamente aterrorizado. Toda apariencia
2 Umberto Eco – La misteriosa fiamma della Regina Loana – Ed. Bompiani - 2004
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discordante o extravagante a desaparecido y sólo puedo percibir un niño pequeño pidiendo ayuda. Sin pensarlo, de manera totalmente intuitiva, me acerco y lo abrazo diciendo: « No te preocupes todo está bien, nada va a pasar ».
Luego de esta sesión se produjo un cambio en el proceso analítico. Las sesiones se
hicieron más ricas y en ellas C. proponía un escenario de juego y participaba activamente en el desarrollo del mismo. Yo trataba de seguirlo en su juego-viaje como acompañándolo en un sueño. Una de las situaciones que C. proponía una y otra vez era que debíamos, juntos, ir al rincón « malo » y combatir a los numerosos monstruos y brujas que de allí surgían. Estas heroicas batallas en las que juntos enfrentábamos a los monstruos aterrorizantes en el « rincón malo » del consultorio con nuestras « espadas » de papel, crearon un clima de confianza en el que podíamos compartir el juego y luego hablar comentando nuestras « hazañas » y abriendo el camino para que C. poco a poco pudiera contar sus miedos y angustias en su « mundo real ». Fue también un período en el que C. produjo numerosos dibujos mejor estructurados y ricos en el que pudo mostrar su mundo interno poblado de objetos bizarros amenazadores y aterrorizantes y gradualmente encontrar las palabras para hablar de ellos y neutralizar su miedo, (Figuras 5 a 11). Fue también en esta época en la que C. comenzó a aceptar alimentos sólidos y paralelamente con la ayuda de entrevistas con los padres a tomar progresivamente distancia con respecto al dominio posesivo y asfixiante de su abuela.
Quisiera terminar esta comunicación con las palabras de una pequeña paciente de J.
Herzog, Charlotte, de cuyo largo viaje analítico aquel nos ha brindado un conmovedor relato3 : « ¿En qué hablamos aquí ? Es un idioma muy especial. (…) No hablamos más que de la mente y de nuestro juego. Ese es nuestro idioma ». Juan Gennaro Medrano 1970 3° C Buenos Aires – Cap. Fed. juan.gennaro@yahoo.com.ar
3 J. Herzog – « Los degradados, excluidos, aplastados, muertos » en Psicoanálisis APdeBA, Tomo XXVII N° ½ - 2006
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Resumen Pasar del acto a la palabra implica una elaboración de los afectos movilizados para arribar a las palabras que traducen la experiencia vivida. Presenta material clínico de un niño que, en un intento por elaborar el terror, produce ideogramas; el autor plantea que el sentido integrado en el espacio de juego deviene un acto significantee, empujado por la capacidad de Controversias en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes
pensar del analista cuando se recupera del splitting y proyección del paciente. Este acto significante funciona como borde protector al desbordamiento explosivo del yo del paciente. Palabras clave: acto, palabra, rêverie, contratransferencia. Intervención del público: Hay diferencias entre juego y no-juego. Entiendo por no-juego un acto que no puede
articularse en un juego, un acto que no es “jugable”. El acto-juego, en cambio, forma parte del proceso analítico. Me gustaría preguntar cómo se produce el momento en que el analista
decide abrazar al niño conteniéndolo y calmándolo en lugar de interpretar, poniendo en palabras lo que se “jugaba” en la situación analítica. Intervención del público: Felicito a la Lic. Aida Dinerstein por su trabajo, especialmente por su original versión del fort- da. Lo mismo a Ana Rozenbaum por su excelente presentación. Con Juan Gennaro coincido en casi todo lo expuesto, sólo le pregunto por qué piensa que fue más efectivo un abrazo que
una interpretación. Más bien hablaría de un enactment. Intervención del público: A. Dinerstein destaca que la presencia del analista posibilita que la acción entre en una cadena de desplazamientos metonímicos (en referencia al Fort-da). A. Rozenbaum se refiere
a la transferencia de significados entre un padre y un hijo, proponiendo al analista como un sujeto supuesto saber hacer pasar. La presencia de un analista podrá mantener abierta la
transferencia destrabando la transmisión transgeneracional. Ana Rozenbaum: por eso trabajé también con el padre Intervención del público: Me pareció interesante el caso presentado por Juan, ya que en el motivo de consulta el niño mostraba una dificultad para articular lo discontinuo. En el no poder ingerir alimentos sólidos
se evidenciaba el rechazo a lo discontinuo de dicha alimentación, por lo cual es necesario deglutir en forma discontinua. El trabajo de las primeras sesiones nos muestra las
dificultades para articular la continuidad de los espacios y la integración en los dibujos de las diferencias que va introduciendo el analista. Podríamos pensar que todo ese proceso es la
introducción a lo que concluye en el dibujo del tiburón, donde por primera vez integra su verdadero conflicto con la masticación. Este caso me hace acordar del caso Dick de M. Klein y
los comentarios de Lacan en cuanto a las dificultades del niño para articular la palabra teniendo lenguaje. ¿Será entonces que en este primer período del tratamiento se despliega esta dificultad de la articulación de la palabra en la discontinuidad de la relación con el otro?
En este sentido es interesante el planteo de Aída en tanto si bien es necesario el advenir del jugar en el análisis de niños, es también fundamental que advenga el efecto de separación y
me gustaría preguntarle cómo lo articularía en el caso. Por último, si bien no me quedó claro el lugar de la escritura en el trabajo de Martín, es cierto que el escrito del analista inscribe
algo de ese trabajo en tanto se pregunta sobre un más allá. Más allá de Flores y del Bajo Flores, Ciudad Oculta y más allá de las consecuencias de lo que hizo está la pregunta de por
qué lo hizo, “si no soy puto”, afirma. ¿Cuál es la causa? ¿Será que más allá de lo escrito es esta pregunta la que espera en la inscripción de su filiación en tanto “por lo que pasó” no encuentra una respuesta clara en la que se afirme la ley del padre?
Juan C. Gennaro: Controversias en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes
Pienso que es problemático hablar de un “momento de decisión” en el que opto por
contener al paciente con una acción en lugar de interpretar lo que está pasando. Es a posteriori cuando puede pensarse la secuencia en forma de bifurcación que supone la decisión. Seguramente hay movimientos internos inconscientes que llevan a adoptar una actitud u otra, una actitud o una contra-actitud defensiva en el sentido que le da E. Kestemberg, pero no se trata de una decisión, en todo caso es una opción pensada conscientemente. Es después cuando puede pensarse, recordando lo acontecido, si se trata de una actitud que permite el despliegue del proceso terapéutico, de un elemento que forma parte del desarrollo del juego, o bien de una contra-actitud defensiva que en otra línea teórica se llamaría enactment. Pienso que se trató de una secuencia que sirvió al desarrollo del proceso analítico y que constituyó un momento de inflexión importante de dicho proceso: un momento de cambio que define un antes y un después.
Hay distintas maneras de “hacer” psicoanalíticamente y de pensar lo inefable que se
vive en las sesiones. Se hace lo que se puede, y esto no en un sentido superficial que sonaría casi como un lugar común, sino problematizando la idea en el sentido de lo que constituye la ecuación personal del analista, integrada no solamente por lo que -quizás de una manera un poco reduccionista- se ha dado en llamar las “teorías implícitas”, sino también y principalmente por el entramado psíquico complejo del analista trabajado en su propio análisis personal, las supervisiones, los intercambios con otros colegas con su correlato transferencial, su propia historia, etc. Lo que supone el acto psicoanalítico en su doble vértice técnico y ético es la puesta a disposición del paciente de su propio aparato psíquico “sin deseo y sin historia” y, según agregaba Bion, “sin comprensión”, puesta a disposición que supone una actitud benevolente que tiene que ver con convertirse en continente recibiendo en el interior de sí mismo los contenidos psíquicos del paciente; tiene que ver con la tolerancia como lo dice la palabra: sostener el proceso en curso; y como lo explicaba Winnicott, tiene que ver con la sobrevivencia en lo que se refiere a la función de analista y su responsabilidad en el proceso analítico. Intervención del público: Pienso si será posible dilucidar en este análisis si hubo realmente violación. El paciente habla de las zonas de Flores, el Bajo Flores, la Ciudad Oculta, quizás se podría pensar que se
refiere, inconscientemente, a zonas del cuerpo. Ana Rozenbaum:
Ante la pregunta en relación a si realmente se llevó a cabo una violación o si se trató
simplemente de un intento de violación-juego-toqueteo entre hermanos, aclaro que se develaría finalmente que se trató de esta segunda posibilidad.
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Frente a la incertidumbre de la identidad de Martín, ésta se fue perfilando a lo largo del
proceso analítico, transferencia mediante, a través del relato de sus fantasías y de sus sueños, los cuales, por su propia iniciativa, eran traídos por escrito la mayoría de las veces.
Es interesante el juego de repeticiones entre el padre del padre de Martín y este, por
cuanto ambos callan los hechos y actúan “pasivamente”. Tanto uno como otro son incapaces de proteger a sus hijos y de reducir el impacto de una problemática alienante.
Es el hermano de Martín quien se lo cuenta a la mucama, ésta al padre, pero es recién
cuando llega a conocimiento de la madre del niño cuando se efectiviza la consulta por Martín, y ya previamente habían consultado por su hermano con otro colega. Intervención del público: Hay coincidencia entre los integrantes de la mesa acerca del “actuar” del analista como efecto
terapéutico, más aún, se considera que el jugar del analista de niños puede equipararse con el interpretar. Quisiera preguntar a la mesa en referencia a los síntomas del niño, si esto tiene
algún papel en la terminación del análisis. Aída Dinerstein:
La duración de los análisis en los niños es todo un tema., yo muchas veces doy por
terminado un análisis si el niño logra hacerse de un síntoma, lo que entiendo como un resguardo en relación a lo amenazante materno.
A pesar de las diferentes referencias teóricas, encuentro que el analista, cuando
interviene, es analista o no lo es y en la clínica se pierden los "ismos".
Comentarios a la última Declaración de Helsinki, emitida en octubre de 2013 Pau Ferrer Salvans Institut Borja de Bioètica Secretario del CEIC del Hospital de San Juan de Dios de Barcelona Como es sabido la Declaración de Helsinki (DH) (1) es un documento de referencia, que desde el año 1964, en que fue publicada por primera vez, sirve de guía ética a los médicos que quieren
MATERIAL SAFETY DATA SHEET TETRACYCLINE USP ___________________________________________________________________________________ SECTION 1 - CHEMICAL PRODUCT AND COMPANY INFORMATION American International Chemical, Inc. Emergency Number: Chemtrec 800-424-9300 703-527-3887 Framingham, MA 01701 Information Number: 800-238-0001 _____________________________